lunes, 13 de febrero de 2012

NUESTROS ROJOS CHILCOS

NUESTROS ROJOS CHILCOS


“Te esperaré allí. Allí, bajo los rojos chilcos, junto a la vertiente. Allí donde la primavera parece eterna. Allí, para ver bailar al son de la brisa a tan hermosas bailarinas de traje rojo y fucsia…”

Río despertó. En realidad, no dormía; sólo alucinaba con un momento mágico y único, que temía, jamás sucedería.

Ese otoño fue particularmente implacable; frío, ventoso y cruel. Muchas cosas estaban sucediendo en el mundo, y en Talcahuano. Pero a él, lo único que lo hacía sufrir, era la indiferencia de Ester. ¿Cómo? ¿Qué podía hacer para saber si ella sabía que él existía? ¿Qué podría hacer para que lo mirara, para que le sonriera? Y sentía, sentía cómo cada vez que la veía pasar, la impotencia de no atreverse siquiera a saludar era como si cientos de hojas cayesen víctimas de marejadas de viento; ráfagas que lo desgajaban y lo desnudaban, dejándolo expuesto, solitario.

        Bien, hoy comienzan las disertaciones de botánica. ¿Algún voluntario? ¿Sí? ¡Tamara! –

Era la clase de Biología. El curso del 3º año especialidad reciclaje del Liceo Politécnico de Los Cerros, debía disertar sobre alguna flor en particular. A Río le encantaban los chilcos, por lo que disertaría sobre ellos, pese a que pocos habían florecido comenzando septiembre.

        Ok, Río, pasa adelante.
        Ya. Compañeras, compañeros, les presento a la fuchsia magellanica, conocida como chilco en nuestra zona. Es una especie de la familia onagraceae. El arbusto es perenne, es decir, sus hojas siempre están verdes y sus flores nacen en primavera y permancen rojas en esta zona hasta finales del verano. En esta época comienzan a pintar el verde eterno de sus ramas. En la península de Tumbes son particularmente abundantes, dados los innumerables cursos de agua subterránea, y manantiales y vertientes que surgen hacia la superficie…

Río estaba absorto en su exposición. Tanto, que ni siquiera advirtió las pequeñas sonrisas que Ester dibujaba mientras miraba las fotografías y la presentación de Río.

        Muy bien, Río, puedes sentarte.
La Clase avanzó rápido y pronto tocó a Ester. Sin que Río lo hubiese nunca llegado a imaginar, Ester comenzó diciendo:
        Tal como Río…
¡Oh! No podía creerlo. ¡Sabía su nombre! La revelación era tonta, pero no pensó en eso al escuchar la siguiente frase:

        También disertaré sobre el Chilco, mi flor favorita.
Río sintió cómo algo parecido a una montaña rusa lo tomaba y lo soltaba en velocidad, haciendo que sus piernas se adormilaran y sintieran que el suelo frío como arena de playa.

        Un pequeño aporte a lo que ya comentó el compañero: yo la conozco también como ‘bailarinas’. ¡Ah! Y en el sur, en Osorno, donde me crié, también hay y abundantes, como acá, según Río.

“Puedo llevarte a verlos” iba a gritar Río, pero algo lo contuvo. Claro, estaba en plena clase y todos se darían cuenta de sus sentimientos.

        Muchas gracias Ester. Y espero que nadie más diserte sobre el chilco por hoy.

Río siguió con la mirada su tránsito desde la pizarra hacia su asiento. Vio cómo su pelo castaño y liso acariciaba su hombro izquierdo, resbalándose hacia su espalda. Tal vez, igual como él en primavera se acercaba a acariciar las flores de chilco: tan suavemente que estos destilaban su belleza, escurriéndosele por entre los dedos tal como las aguas manantiales del rincón que visitaba en su memoria lo hacían por sus pies. Estaba recordando que hace mucho más de tres años que no visitaba ese rincón, desde que se fue de Las Canchas a vivir al Cerro Cornou. Pero ese pensamiento se esfumó cuando por un instante Río creyó que la mirada de Ester se dirigió hacia la suya, justo antes de girar sobre sí para sentarse en su puesto.

        ¿Sabes? Me gustaría volver a ver ‘bailarinas’. Parece que conoces muchos lugares donde poder verlas –
        Eh, pu, pues, si, si. Si, si conozco algunos lugares, p, pe, pe, pero, pero aún no florecen, no florecen por completo –
        Claro, lo hacen en primavera –
        Si, exacto. Yo, yo conozco un lugar espectacular. Lo estaré vigilando, hasta que vea que ha florecido –
        Bien. ¿Me avisarás?
        Si, por supuesto –

La sensación de adrenalina, junto con retazos de nervios y timidez se volcaron hacia la alegría y el éxtasis por esta tan pequeña conversación. Duró toda esa semana, pero acabó cuando se enteró de una terrible noticia.

        ¿Cómo que no se puede pasar? ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Por ningún lado? ¿Ni siquiera a la vertiente?
Río aún tenía unos tíos en Las Canchas. El fin de semana fue con ellos esperando poder reencontrarse con el rincón que esperaba presentar a Ester. Pero ahora, unas mallas verdes y gruesas bloqueaban el camino y el acceso por todos lados hacia el cerro, sus bosques, sus vertientes, los chilcos. ¿Cómo tanta belleza podía ser negada a los pobres?

        Los milicos tienen todo vigilado, no se puede hacer nada. Desde la guerra con Perú en el norte, se pusieron pesados y no dejan entrar a nadie. “Seguridad”, dicen los muy tarados. Y justo ahora, ahora que es verano, que se pone lindo para ir a caminar, a pasear, ir a la playa, a ver copihues, chilcos. Una pena, una rabia, impotencia –

Pero Río tomó una decisión. En Febrero, intentaría traspasar las fronteras, y con cámara en mano, rescataría la primavera y el verano de los cerros, secuestrada por los milicos y la guerra, para ella. Una fotografía bastaría para conquistar el corazón de Ester.

Sin saber lo que hacía, las consecuencias que tendría esta acción, Río se armó de valor y fue a Las Canchas. Era pleno Febrero, y los chilcos del Cornou ya estaban rojos y hermosos. ¿Cómo estarían en la vertiente? Con esa continua oleada de suave y transparente agua, ese árbol sería el más perfecto de todos.

Intentó cortar la malla, pero tomaría mucho tiempo. Decidió saltarla. Fue lo más sigiloso que pudo. Llegó con mucho cuidado, por entre senderos ocultos que aún recordaba, tratando de no pisar ninguna ramita que lo pudiese delatar. Y llegó. Pensó que la amenaza de la vigilancia era exagerada, y se relajó. Entonces vio. En toda su hermosura, en un rojo intenso, salpicada de verde, el chilco ya se había puesto su tenida de temporada, y se lucía entre arrayanes y calas, saliendo inmensa desde un costado de las aguas generosas que la tierra le daba a mamar. No había imagen más perfecta en toda la península de Tumbes, pensó.

Tomó pues su celular, y tomó la fotografía. Enfocó todo lo que pudo, todo lo que entraba en el ojo de la cámara, pero se dijo “nada reemplaza mi ojo”. Tal vez podría traer aquí a Ester, pues no era tan peligroso como lo pintaban. Pero Río cometió un error. El sonido obturador de la cámara sonó fuerte en medio del silencio. Se asustó, y aún nervioso, dio un paso atrás y pisó una rama que sonó aún más fuerte, haciendo que una bandada de gorriones volara de los pinos cercanos. Cayó y se embarró la espalda. Es eso, apareció una sombra verde, con la cabeza blanca. Divisó en esa sombra un arma, un fusil. Supuso que le quitarían su celular, su fotografía, su posibilidad. Se levantó; vio hacia atrás y un camino se abría entre las retamas. Él lo conocía bien, y sin dudar, se puso a correr como un desesperado, para escapar del milico. Tomó diversos otros caminos, pero de improviso, muchos más aparecieron. Pensó que aún tenía una posibilidad antes de que le quitaran la fotografía. La enviaría por twitter, directo a Ester. Mientras corría, se conectó a Internet, abrió su cuenta, y comenzó a cargar su fotografía. La cuenta de Ester comenzaba con ‘Y’, ‘@yesterdy’. Tenía mucha gente con la ‘y’. ¿Por qué? se preguntaba, mientras intentaba crear senderos entre la maleza confusa del bosque. “Mira, la primavera nos llegó”, escribió. “Estos son los chilcos de por acá”. No alcanzó. Antes, oyó un tronador sonido, que llegó a sus oídos fracciones después de que una horrible punzada se había colado por su hombro izquierdo. Entonces cayó, y con él, su fotografía, unos centímetros más allá. Si. Una bala lo había atravesado. Estaba cerca de la cancha ‘Estrella Azul’, uno de los pocos espacios que los milicos le cedieron a los pobres. Niños jugaban ahí. Esa misma bala alcanzó a uno de esos niños. La gente cercana se alborotó con el tronador ruido, y los mismos milicos gritaban. Río oyó todo eso, pero sólo le importaba escribir algo más, antes de enviar el tweet. “Estos son nuestros rojos chilcos. Te amo desde la primera vez que te vi”. Tweet enviado.

Lo último que vio antes de desfallecer y perder el conocimiento, fue una sombra. Pero lo último que recordó, con los ojos cerrados, fue la sonrisa que Ester le había regalado el día anterior, cuando él le dijo: “Mañana rescataré algunos chilcos, los más bellos de Talcahuano”.
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Dedicado a todos los enamorados y enamoradas


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