Mañana es el fin del mundo
Mañana es el fin del mundo
I
Oscuridades. Nebulosas certezas.
¿Qué es aquel grito exhausto?
Aquellas voces que oigo, aquellas
semillas de pánico,
de comerciantes;
todos vociferando al mismo tiempo;
una lluvia de barro, nieve y mar,
acercándose, precipitándose,
tentándome.
¿Qué haría usted? ¿Por qué no se
acerca por aquí?
Es su último día... ¡No puede no
hacer nada!
Si, son las voces.
Si, me ofrecen vacaciones familiares,
las mejores comidas, las mejores
filosofías,
las mejores ofertas, la mejor
respuesta.
Y las señales parecen inequívocas:
reyes y reinos caídos;
desde las alturas, como granizo
lo que se nos vendió como paraíso;
ahí viene, en llamas, sufriendo yagas
y dolores,
sin calma,
se precipitan las masas, levantando en
alto sus tickets de entrada,
escapando de un fin siniestro, la
ruinosa inmortalidad parece un sueño.
Es que mañana es el fin del mundo
y tantas cosas quise hacer, ahora jamás
podré. A menos que...
II
Cuesta encontrar paz. El mundo
convulsionado está.
No se haya. Han quebrado los espejos,
nadie quiere verse a sí mismo.
Nadie quiere ver con sus ojos el
abismo,
ese que se cavó con uñas humanas.
Hay dientes allí también;
hay sangre, hay infantes, hay harina,
hay jeringas
raíces secas, biblias, lenguas que aún
palpitan: 'así no'
Y yo levanto la vista; luego giro y
veo:
los ojos están puestos en un pedazo de
papel
que vuela al son del viento.
Y yo presiento que hacia allá está el
abismo,
y aquello a lo que llaman fin.
Y miro abajo, al suelo, y allí está
todo,
todo lo que parecía nuestro: banderas,
monedas, corbatas, crucifijos,
ampolletas.
Y todo está roto, cubierto con sangre
o con heces.
Y el hambre.
Y el ruido de castigo detrás.
Y la sensación de una moral que
desfallece...
III
Acabo de despertar, y con la garganta
seca,
y con un vago recuerdo a sombras.
No sé qué pasó la noche anterior: si
fue sueño o fue real.
Con ardor en mis oídos, y retraído en
mis sábanas
intenté olvidar ese camino, y ese
abismo;
y los dientes y uñas, y la sangre y
las cruces.
El dolor que sentía pronto se extendió
y a la luz del sombrío último día
vi sangre seca en mi almohada.
Y mis dedos sin uñas.
Y mis encías sin algunos dientes.
Y oí de pronto un grito, o creí
hacerlo,
no lo supe exactamente.
Y una vacía soledad cayó sobre mis
hombros,
y vomité.
La sangre y el sudor me recordaron
un sabor salado, una lluvia extraña,
y un bombazo. Y luego me recordé
en medio de un tumulto sin saber qué
hacer.
Y un repentino quejido me sacó de mi
sueño,
y el horror me llevó a saltar por la
ventana.
Salí y corrí, contemplé las ruinas y
el fuego,
pisé lo que parecía ser una mano
humana,
pero lo que me produjo más horror,
fue darme cuenta que ya lo había visto
todo:
la caída de la humanidad,
el pantano y su fondo,
el tiempo sin retorno.
Con lo que parecían lágrimas en mis
ojos,
busqué el camino a lo que parecía ser
mi casa.
Y recordé lo que todos decían:
que nada había como pasar el fin del
mundo en familia;
y que yo tenía una.
Busqué en mis tumultuosos recuerdos la
fantasía de una sonrisa
pero sólo conseguí recordar un grito
a la luz de la luna,
y un reflejo húmedo y rojo de unos
ojos perdidos
Caminé sobre el ripio mirando al
horizonte.
Bruma, humo y luz incandescente
me rodeaban;
pequeño y afligido me sentí;
sudoroso y maloliente.
Añoré entonces el olor a melisa del
jardín:
sólo basura hallé donde se suponía
que estaba.
Dirigí mi vista hacia los boldales,
hacia el cedrón y los rosales:
sólo sangre estancada, y troncos y
tallos secos, sin hojas ni flores.
Sin otro aroma más que a venganza,
sin otro color más que la confusión.
Sin otra certeza más que la
incertidumbre y el dolor.
No hay razón que me parezca lógica;
no hay emoción ninguna que se quede
al margen de una caótica noche de fin
de mundo.
Ninguna lágrima puedo acumular,
ningún sueño, ningún recuerdo dejan
de punzar.
Todo a punto de ebullir,
un volcán de imágenes y sensaciones
y una magmática verdad buscando salir
me quema por dentro;
arden los albores de una conciencia
consumida
por la hipócrita esperanza de la
salvación
Y allá, donde el fuego ya es carbón y
ceniza
surge de esas brasas una risa, una risa
pervertida.
IV
¡¡FUEGO, VEO EL FUEGO!!
Más que un recuerdo: lo vi quemando y
comiendo,
lo vi despidiéndose,
y vi un demonio con barba.
¿Qué? Llevo mi mano a mi boca:
yo también tengo barba.
¿Será posible que...?
No, no puede ser.
Pero allí está: una sombra
sospechosa,
proyectada tras un enrojecido atardecer
y, ¿Qué? ¡Qué son esas imágenes!
Rostros que creo conocer,
rostros que muestran horror,
rostros que pierden expresión,
rostros que exudan sangre,
ojos que reflejan un último haz de
luz, anaranjado y violento.
Y ya no hay allí otra cosa que un
cenicero.
Desorientado, me siento a la deriva.
Volví mi mirada hacia la empedrada,
el ripioso horizonte verde que siempre
creí mi hogar,
hoy no me dice nada, está silente,
pero...
¿Y esas voces? ¿Por qué me dicen que
no?
Que por favor me detenga... ¡Que por
favor me de la vuelta!
Hay aún por aquí pequeñas pistas.
Por acá vivo yo, pero no lo reconozco.
Hay carbón, brasas y cenizas por todos
lados.
Hay sangre en las calles. Y las calles
están en ruinas.
Esta, esta debería ser mi casa: esa,
la ennegrecida y destruida.
Ya no vidrios ni paredes. La oscuridad
se cierne en su interior y,
¡Oh, por Dios! ¿No es mi perro el que
está calcinado y... ¡partido en dos!?
El miedo me invade. La ira, la
impotencia y la venganza.
Por mi mente circula una certeza
pese a que hay sombras en mi cabeza que
ver no me dejan.
Allí está el culpable... ¡Es un
demonio!
Es cierto, hoy acaba el mundo, pero
¿Por qué acabó antes para ellos?
¿Por qué vino el infierno a mi hogar,
y no el cielo?
Oh Dios, qué miedo siento,
creo que el demonio sigue dentro,
esperándome, babeando por un cadaver
más.
Avanzo, el pasillo hacia el interior
ennegrecido por la humedad quemada
y por la amnesia angustiante de oscuro
color.
Mi familia ya no está.
Solo hay bultos negros y rojos.
Son ellos. Y la impotencia llega ya.
Caigo de rodillas al suelo
¿Quién mierda hizo todo esto?
Un frío rugido, casi como una risa
oigo desde el baño,
y levanto mi vista.
Allí debe estar el culpable,
aquel maldito y ruin demonio
que destruyó mi hogar y toda mi calle.
El atardecer anaranjado, por las
fisuras entrando,
me permite ver no un demonio, sino un
espejo trizado.
V
Y todo se vuelve claro.
El fuego, la sangre, los dientes, el
horror,
y esos cadáveres son reclamados por mi
mano.
Y por primera vez las veo:
rasgadas, secas, manchadas, como un
mapa
mostrando mis crímenes, mi demonio
violento.
Y entonces recuerdo, ahora, todo.
Y las lágrimas corren por mis ojos.
Fui yo, quien quemó y mató a mis
vecinos.
Era a mí, que me gritaban 'detente'.
Soy yo el único constructor de ese
horrible abismo.
Y a la mutilación de mi perro se suma
la violación de mi madre y hermana,
y mía es también de mi padre la
tortura.
Lo recuerdo, ahora, todo.
Y las lágrimas corren por mis ojos.
Y de mi bolsillo extraigo un papel
blanco, escrito. Es un recibo:
“Gracias por nuestros servicios
escoger:
Suficiente odio para matar,
suficiente demencia para quemar,
suficiente perversión para violar.
El efecto suministrado por el veneno
del poder
finaliza desde su primer crimen
veinticuatro horas después”
“Usted escogió PODER para cumplir
sus más profundos deseos.
Feliz último día del mundo”
finalizado en marzo de 2012. II Edición, febrero de 2018