La Cultura del Odio
El profesor
Moriarty, si vieron Sherlock Holmes II, lo dijo sabiamente: ‘el conflicto es inevitable.
Ellos, en el fondo desean el conflicto…’; o algo parecido. Y eso lo podemos
ver. Con motivo del mar, la población ha exacerbado su violencia verbal, si
bien siempre ha existido. Más allá de las declaraciones de los gobiernos
(todos), más profundo que sus motivaciones y estrategias políticas, se mece y
crece el inconfundible monstruo de la intolerancia, de la mezquindad, de la
discriminación y el egoísmo. Podrán torcer la historia: se podrá decir que hubo
invasión o guerra; que hubo vencedores y vencidos, víctimas y victimarios
distintos; y las culpas podrán repartírselas como les venga en gana. Pero jamás
podrán cambiar el hecho que nos odiamos, simplemente porque nuestros Estados
tienen nombres distintos. No hay ningún peso de la historia en esto, salvo el
hecho mismo de nuestros odios.
¿Es que es acaso
nuestra idiosincrasia así? Una extraña mezcla de ignorancia y dominación nos ha
inculcado el valor del odio como el principal motor de las relaciones
internacionales entre países limítrofes en esta área del mundo. ¿Consecuencias de las guerras? ¿Los malos
tratados? ¿La conquista española? ¿O es sólo parte de una cultura general
latinoamericana? Llena de estereotipos, de descalificaciones, de esfuerzos inútiles por establecer jerarquías entre seres
humanos que, lejos de ser ‘normales’ (las jerarquías), son lo más anómalo y absurdo
que existe en nuestra mentalidad opaca e ignorante.
Y creyéndonos
solidarios, herederos de culturas prístinas, modernos y civilizados, sólo
demostramos que no hemos aprendido nada, y que el ser humano es el motor de su propia
autodestrucción. Mientras, el mar sigue siendo autónomo; ajeno a nuestras peleas, aunque siendo víctima de nuestro progreso...