Hoy escribiré desde mi frustración.
Querido Dios
No
han sido días fáciles para mi. Me siento cada vez más solo y frustrado que
nunca. Quisiera echarte la culpa, pero se que ni en un millón de años la
aceptarás, y que, como mártir yo nuevamente la cargaré. Y está bien. No
importa. Pero aún así, deseo expresar todo mi odio, mi miedo, la violencia que
por años me he comido y contenido, para expresarlo en este maldito papel
virtual que casi nadie lee.
Es
que, o entendí demasiado bien tu mensaje, o lo entendí demasiado mal. El tema
es que ahora creo que no pertenezco a ningún mundo que pueda llamarse
colectivo. Ni canuto, ni mundano. Se podría decir que soy demasiado tibio y
contenido para ser apto en alguno de ellos. Y así, me he construido un mundo
alterno, fantasioso y lleno de resabios y remaches de esos otros mundos más
normales. Y es que por mucho tiempo me obligué a ser "un varón de
Dios": maduro, espiritual, entregado a tu voluntad. Pero fallé. No pude,
nunca cumplir cabalmente. Nunca me sentí verdaderamente útil ni verdaderamente
cerca tuyo. Y aunque en ese tiempo lo creía, hoy miro hacia atrás y sé que mis
buenas intenciones y la sinceridad no eran suficientes. Una tibieza crónica me
seguía y sin darme cuenta, en mi se establecía. Luego, llegó el momento de
reconocerlo y comenzar a desmontar toda la maquinaria espiritual. Nuevamente,
lo hice a medias. Ahí está, a medio desarmar, sea o no por una maldita
esperanza de volver a un mundo que nunca me gustó del todo; porque nunca lo acepté
del todo ni tampoco me aceptaba del todo a mi.
Pero
fuera de ese mundo hay uno el cual no me entiende ni al cual yo entiendo. La
mutua incomprensión me ha dejado fuera, y ahora estoy en un limbo propio, sin
nadie más, con sólo ecos de una antigua vida a la cual no creo que pueda
volver, y con la mirada puesta en un mundo al cual quizá jamás podré acceder
del todo. Desarraigado de las colectividades que circulan – no sé si
conscientes o inconscientes – en sus esferas. La condena de los desadaptados,
de los soñadores compulsivos que no pueden poner los pies en la tierra, sino
que intentan creer que es posible crecer sobre nubes, sobre gases, sobre
piedras, sobre aires. El limbo que me oprime, que me recuerda que soñar me
llevó ahí, que nacer a un mundo de múltiples y contradictorios pensamientos es
condenarme a la soledad.
¿Qué
me queda? ¿Volver a empezar? ¿Dónde? Es imposible, siento. Sería inútil, porque
los prejuicios son como raíces de maleza que aunque se arranquen una y otra
vez, y aunque sobre ellas se siembren otras semillas, volverán a surgir. Los
mismos miedos, temores, inseguridades, tristezas; la molestia por tus
discursos, tu ortodoxia, a tus propósitos a los que nunca hallé sentido, a las
interpretaciones y proclividades al neoliberalismo occidental.
Destruirlo
todo, quemarlo todo, es una opción. Aun así me asusto, porque el prejuicio
sobre la banalidad del otro mundo es muy grande, tal vez parte de esa
maquinaria que no me gusta. Es la otra parte del maldito sistema binario. ¡Yo
no sé si el mundo pueda ser lo que yo quiera que sea! Este se construye
colectivamente, y ya están hechos. Los pusieron a rodar y nadie los puede parar.
¿Agregados, cambios? De vez en cuando, tal vez, pero muy difícil. Y yo no
quiero, no me interesa hacerlo. Sigo sólo en los márgenes, solo y buscando algo
o alguien; tal vez alguna cueva menos fría. Tal vez comida. No lo sé.
¡Maldición! No lo sé.
Pero
sé que no quiero pedir tu ayuda. Trato de ser recíproco con la gente con la que
llego a tener contacto. Y no quiero deberte nada. Los brotes de gratitud son
suficientes, creo. Estas cartas, son suficientes, creo.
Colectividad,
aceptación, arraigo. ¿Estaré solo en realidad? O es parte este limbo de este
maldito juego, y circulo inconsciente en torno a esta esfera junto con muchos
más; o estoy solo de verdad. Muy solo.
No sé qué creer. NO sé qué querer. Pero tu maquinaria está obsoleta, querido Dios, y me estorba, me ahoga, me duele; y aunque me recuerda de dónde vine, cómo crecí y quién podría ser… vale, le tomaré una foto y la recordaré. Luego, quemaré la de verdad.
No sé qué creer. NO sé qué querer. Pero tu maquinaria está obsoleta, querido Dios, y me estorba, me ahoga, me duele; y aunque me recuerda de dónde vine, cómo crecí y quién podría ser… vale, le tomaré una foto y la recordaré. Luego, quemaré la de verdad.
Espero
ser capaz.