sábado, 6 de octubre de 2012

¡Yo no sé si el mundo puede ser lo que yo quiera que sea! - Carta abierta a Dios



Hoy escribiré desde mi frustración.

Querido Dios

No han sido días fáciles para mi. Me siento cada vez más solo y frustrado que nunca. Quisiera echarte la culpa, pero se que ni en un millón de años la aceptarás, y que, como mártir yo nuevamente la cargaré. Y está bien. No importa. Pero aún así, deseo expresar todo mi odio, mi miedo, la violencia que por años me he comido y contenido, para expresarlo en este maldito papel virtual que casi nadie lee.

Es que, o entendí demasiado bien tu mensaje, o lo entendí demasiado mal. El tema es que ahora creo que no pertenezco a ningún mundo que pueda llamarse colectivo. Ni canuto, ni mundano. Se podría decir que soy demasiado tibio y contenido para ser apto en alguno de ellos. Y así, me he construido un mundo alterno, fantasioso y lleno de resabios y remaches de esos otros mundos más normales. Y es que por mucho tiempo me obligué a ser "un varón de Dios": maduro, espiritual, entregado a tu voluntad. Pero fallé. No pude, nunca cumplir cabalmente. Nunca me sentí verdaderamente útil ni verdaderamente cerca tuyo. Y aunque en ese tiempo lo creía, hoy miro hacia atrás y sé que mis buenas intenciones y la sinceridad no eran suficientes. Una tibieza crónica me seguía y sin darme cuenta, en mi se establecía. Luego, llegó el momento de reconocerlo y comenzar a desmontar toda la maquinaria espiritual. Nuevamente, lo hice a medias. Ahí está, a medio desarmar, sea o no por una maldita esperanza de volver a un mundo que nunca me gustó del todo; porque nunca lo acepté del todo ni tampoco me aceptaba del todo a mi.

Pero fuera de ese mundo hay uno el cual no me entiende ni al cual yo entiendo. La mutua incomprensión me ha dejado fuera, y ahora estoy en un limbo propio, sin nadie más, con sólo ecos de una antigua vida a la cual no creo que pueda volver, y con la mirada puesta en un mundo al cual quizá jamás podré acceder del todo. Desarraigado de las colectividades que circulan – no sé si conscientes o inconscientes – en sus esferas. La condena de los desadaptados, de los soñadores compulsivos que no pueden poner los pies en la tierra, sino que intentan creer que es posible crecer sobre nubes, sobre gases, sobre piedras, sobre aires. El limbo que me oprime, que me recuerda que soñar me llevó ahí, que nacer a un mundo de múltiples y contradictorios pensamientos es condenarme a la soledad.

¿Qué me queda? ¿Volver a empezar? ¿Dónde? Es imposible, siento. Sería inútil, porque los prejuicios son como raíces de maleza que aunque se arranquen una y otra vez, y aunque sobre ellas se siembren otras semillas, volverán a surgir. Los mismos miedos, temores, inseguridades, tristezas; la molestia por tus discursos, tu ortodoxia, a tus propósitos a los que nunca hallé sentido, a las interpretaciones y proclividades al neoliberalismo occidental.

Destruirlo todo, quemarlo todo, es una opción. Aun así me asusto, porque el prejuicio sobre la banalidad del otro mundo es muy grande, tal vez parte de esa maquinaria que no me gusta. Es la otra parte del maldito sistema binario. ¡Yo no sé si el mundo pueda ser lo que yo quiera que sea! Este se construye colectivamente, y ya están hechos. Los pusieron a rodar y nadie los puede parar. ¿Agregados, cambios? De vez en cuando, tal vez, pero muy difícil. Y yo no quiero, no me interesa hacerlo. Sigo sólo en los márgenes, solo y buscando algo o alguien; tal vez alguna cueva menos fría. Tal vez comida. No lo sé. ¡Maldición! No lo sé.

Pero sé que no quiero pedir tu ayuda. Trato de ser recíproco con la gente con la que llego a tener contacto. Y no quiero deberte nada. Los brotes de gratitud son suficientes, creo. Estas cartas, son suficientes, creo.

Colectividad, aceptación, arraigo. ¿Estaré solo en realidad? O es parte este limbo de este maldito juego, y circulo inconsciente en torno a esta esfera junto con muchos más; o estoy solo de verdad. Muy solo.

No sé qué creer. NO sé qué querer. Pero tu maquinaria está obsoleta, querido Dios, y me estorba, me ahoga, me duele; y aunque me recuerda de dónde vine, cómo crecí y quién podría ser… vale, le tomaré una foto y la recordaré. Luego, quemaré la de verdad.

Espero ser capaz.