jueves, 26 de noviembre de 2009

Pero, ¿Qué mundo es este?

un mundo el cual manda a sus niños a trabajar

un mundo el cual golpea hasta la muerte a sus mujeres

un mundo el cual discrimina a sus hombres

un mundo que no escucha

un mundo que no ama

es un mundo de mierda...

...

y pensar que somos parte de él

...

No sé si es posible cambiarlo... y si fuera... tampoco sé cómo

pero cada día que pasa tengo más y más ganas de amar

cada día que pasa es un día menos que no consigo hacerlo a plenitud

como también un día menos en que no se me ocurre cómo hacerlo

el otoño ya pasó, pero sigo en época de retomar fuerzas para reverdecer

basta de odio

basta de hipocresía

basta de una vida y un mundo sin amor

AUTOCLASIFICADOS: ¿UNA NUEVA CONSTRUCCIÓN?

EXPUESTO PARA EL IV ENEAA, SANTIAGO 2009.

AUTOCLASIFICADOS: ¿UNA NUEVA CONSTRUCCIÓN?

“…si un reino está dividido contra sí mismo, tal reino no puede permanecer; y si una casa está dividida contra sí misma, tal casa no puede permanecer…” Marcos 3. 24-25; la Biblia.

¿Cómo nos construimos? Es la pregunta clave. Es que es más que preguntas existenciales; no tiene que ver con nuestra identidad como humanos, ni siquiera como hombres o mujeres, o chilenos. Tiene que ver con nuestra profesión y vocación por tal. Estoy seguro que durante nuestra estadía en la carrera de antropología – al menos quienes estamos en cursos avanzados – las perspectivas y gustos paradigmáticos, por así decirlo, han cambiado (y quienes comienzan la carrera, estoy seguro que cambiarán). Estos cambios están sujetos a la dinámica humana, pero son los que hablan de nosotros en esta autoclasificación disciplinaria.
Esta autoclasificación de la que hablo, tiene que ver con formas de construir alteridad pero al interior de los límites que constituyen el ‘nosotros’. Es el cómo nos vemos y cómo vemos a los demás que son parte del ‘nosotros’; en este caso concreto, el ‘nosotros los antropólogos’. Estas formas de exclusión logran eufemizarse a través de congresos y encuentros en donde se conversan temas afines; en las redes interdisciplinarias de investigación; y en la creación de colegios y asociaciones gremiales, donde se construyen lineamientos y acuerdos transversales plasmados en un código ético que abarca todas las autoclasificaciones.
¿De qué hablo? Las líneas investigativas de la disciplina antropológica y las consecuentes – y apasionantes – subdivisiones nos llevan a la autoclasificación y por lo tanto a la exclusión de ciertos espacios de discusión e investigación. La concepción de una Antropología física, social, arqueología, urbana, del desarrollo, aplicada, etc., y sus diversas subdivisiones crean un ambiente exclusivista en el que es necesaria la especialización en ciertas áreas, las que tienen que ver con preferencias subjetivas, por supuesto. Esta especialización se enmarca dentro del contexto cultural de la racionalidad occidental y la modernización científica y técnica en el cual vivimos. Aclaro que no estoy calificando en términos de bueno o malo, sino que quiero traerlo a colación debido a que esta condición, propia de la disciplina y de la cultura en la que vivimos, es una de las principales formas de autoclasificación entre el ‘nosotros’. Y mientras no resolvamos esta separación me parece que los buenos deseos de posicionarse en la sociedad y en el mundo, tanto científico como social, seguirán siendo una utopía entre ‘nosotros’. Resolver no significa unificar ni nada por el estilo: mi propuesta es la de buscar un punto de convergencia disciplinaria, ya sea metodológica, teórica, vocacional, epistemológica o de otra naturaleza, que permita una adecuada eufemización de la especialización y consecuente exclusión y autoclasificación. Pero, ¿es esto posible?
Eso en primer lugar. Pero tras esto, hay que plantear la situación sobre los ‘otros’, y la suerte de ‘liga de la justicia’ que proyectamos sobre nosotros mismos como antropólogos. Esta imagen me genera preguntas sobre el rol que quisiéramos tener en la sociedad y sobre el posicionamiento que queremos lograr en ella. En cuanto al rol, ¿qué o cuál es el rol? Y por supuesto ¿Cómo lo llevamos a cabo? Bajo el supuesto del cambio social y todas sus implicancias (lucha política, movilización social, trabajo en ONG’s o en el aparato estatal, etc.), la primera pregunta es respondida. Pero el cómo tiene que ver con las autoclasificaciones que he mencionado anteriormente. ¿Será cómo antropólogos físicos, sociales, arqueólogos, urbanos, desarrollistas, o simplemente como antropólogos?
Asimismo, hay que responder a las preguntas sobre cómo, dónde, por qué y para qué posicionarnos. El cómo y el para qué son preguntas que en parte redundan con respecto a lo que se dijo sobre el rol. El por qué y el dónde son las preguntas a mi entender claves. ¿Cuál o cuáles son las motivaciones que nos inducen a querer posicionarnos en una sociedad cuyas formas de ver, hacer y entender criticamos y tendemos a rechazar? ¿Es simplemente debido al supuesto del cambio social y el deseo de ser los agentes de tal cambio? ¿Qué nos hace creer que, ya como antropólogos, ya como científicos sociales, somos los indicados para lograr y crear un cambio en esta sociedad?
“… no hay nada que, como antropólogo, dé derecho a insistir en que se tiene razón…” nos dice Lucy Mair (1970: 340). Pensar lo contrario es ficción. Creer que somos el cambio, o que a través de nosotros pudiese generarse, es una ilusión. Si bien es cierto que el cambio, en tanto cambios microsociales, se producen, pensar que tenemos la capacidad de dirigir un proceso de cambio a gran escala, e incluso a pequeña escala, es subestimar lo que la cultura hace en aquellos que son nuestros objetos – o sujetos, para el caso da lo mismo – de estudio. Esta autoclasificación que hacemos de nosotros mismos se basa más bien en idealismos que en experiencias concretas de cambio. Como estudiantes, tenemos herramientas que nos enseñan a criticar más bien que a cambiar. Y como antropólogos, estamos en mejor situación de decir “…cuáles han sido las consecuencias de la política seguida por ustedes…” (ídem.), que pretendiendo “…decidir cuál debe ser la dirección del cambio…” (Ídem.: 346).
Esta apreciación sobre nosotros mismos constituye un juego de alteridad. La ilusión que nos plantea la imagen de héroes es la misma que plantea diferencias entre grupos sociales que se distinguen sólo por un deseo o una idea. Así como no hay otra cosa aparte de la propia conciencia y deseo que diferencia a santiaguinos de penquistas, o al ‘bulla’ de ‘la garra blanca’, no hay ninguna circunstancia, condición ni herramienta concreta que nos haga más capaces (que otros) para asegurar el cambio social. Se trata de una construcción de alteridad.

CONCLUSIONES FINALES
Los procesos de cambio social, de los cuales legítimamente queremos ser parte, no tienen que ver con antropología ni idealismo. Estos procesos pasan por niveles más bien políticos. Por supuesto, la antropología como ciencia social tiene que estar en esos procesos. Y nuestro aporte no tiene que ver con la dirección del cambio o con promover los cambios, sino con aquello para lo que somos mejores: crítica y análisis social. La imagen de súper héroes, de profesionales capacitados para generar cambios, es una idealización de nuestro rol y un símbolo de nuestro deseo de posicionarnos en un mundo que se resiste al cambio por diversas situaciones, contextos y condiciones culturales muy complejas.
Es que la alteridad nos involucra no sólo porque es un concepto fundamental en antropología, sino porque lo vivimos, construimos y reproducimos diariamente: tras cada conversación o discusión en clases, tras cada encuentro y congreso. Está ahí, en los códigos éticos, en las vocaciones, en el idealismo. Es cierto que la disciplina nace para estudiar a los ‘otros’, pero es necesario volcar la mirada y estudiarnos a nosotros mismos. No sería la primera vez que se propone.
Con respecto a las autoclasificaciones y exclusiones al interior del ‘nosotros’, la especialización es el mecanismo cultural que construye alteridad. La fragmentación de la disciplina en áreas temáticas y líneas de investigación, si bien es necesaria, es el mal que aqueja de alguna manera el posicionamiento que debiéramos tener: mientras no integremos en nuestros conocimientos un área de convergencia en la cual el estudio humano sea realmente holístico, seguiremos sin posicionamiento, porque estaremos envueltos en diferencias tan pequeñas, pero tan significativas – como la pertinencia de ciertas investigaciones, lo referente a lo ético, etc. – que no nos pondremos de acuerdo nunca en el rol y en las motivaciones que gatillan nuestra autoclasificación y adscripción a tal rol.
Por lo demás, la discusión y el debate quedan abiertos…