Puede que no me reconozcas;
vengo pisando de otras arenas.
Caminé desde mis propias costas
a sentir tu aire, a oír a tus gaviotas.
Y a tus niños correr,
y a tus cuerdas vibrar.
Un mismo mar nos baña
y una misma luna nos mueve.
Una misma boca mordió
nuestra tierra
saboreando nuestra sal
y nuestras distancias.
Y esa boca nos dio nombres:
Talcahuano, Tomé;
Penco, Lirquén.
Y nos prometió que seríamos únicos,
unidos en una mojada media luna,
cuyas arenas estelares
se derramaron en nuestros pies.
Y aquí estoy. Y allá. Y en el espacio sideral;
No somos iguales, pero somos uno.
ii
Y ya de noche, ya de regreso
tanto oro brilla:
como cristales, como ojos,
como antorchas de nuestras arenas,
como los colmillos de esa boca que nos mordió
expuestos a la luz de la luna.
Puertos, ciudades costeras,
somos la cuna
de las redes
de las violetas lugas,
y esa suave voz del mar que nos arrulla,
aunque a veces nos consuma,
es con nuestras arenas, una sola cosa.
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