viernes, 23 de marzo de 2018

Y después de la violencia ¿Qué?

Es impactante cómo es que este país ha intensificado el odio y la violencia.

Tal vez todo tenga que ver con la mayor conectividad de nuestros teléfonos a la comunicación instantánea, y simplemente estamos viendo con mayor constancia aquello que ya estaba ahí. Lo peor es que los eventos se multiplican: ya no es uno a la semana, o uno por día. Se trata de dos, tres, cinco hechos diarios que simplemente nos "vuelan" la cabeza y la moral.

Estoy convenciéndome de que esto ya no es una coincidencia o un paréntesis en nuestra historia. Esto es más bien una tendencia continua. Quizás en alza. Pero las ganas de arremeter de manera directa contra algo o alguien, ya sea de forma física, verbal, psicológica, "memiana", etc., cada vez son mayores. Las razones ya no importan. Y la gente ya no la está conteniendo, simplemente la deja salir. Y está de moda.

Pero lo peor desde mi perspectiva, no tiene que ver con la expresión de la ira y la violencia, sino con que esa expresión es excesivamente rápida, y no reviste ninguna reflexión ni análisis. Es cierto: la rabia es más bien un estado emocional que emerge producto de determinados estímulos externos. Pero la figura es la siguiente: "dispara primero, pregunta después". ¿Qué caso tiene preguntar después de que la agresión está hecha? ¿Contribuye a nuestro crecimiento personal y/o social? ¿Sirve de algo (produce algo), si tenemos como máxima de comportamiento dicha regla? Y estas preguntas son fundamentales para aquellos que, como yo, ven la vida social a través del crisol de la política.

Hasta ahora me parece que ninguno de los memes, ninguno de los ataques, ninguna de las golpizas, de los "pensamientos distintos", de las ofensas gratuitas, de los ninguneos, de los ejercicios de represión policíaca, ninguna de las acusaciones, funas, purgas, linchamientos o amenazas ha contribuido en nada a hacer de este país un poco mejor. Ni desde el punto de vista de la ética, ni del de la política. Seguimos siendo un país sumido en una cultura de odio, una cultura violenta que nace desde las mismas raíces del Estado y que ha contaminado hasta la última rama social, incluida las luchas más legítimas.

Que quede claro. No busco condenar la violencia, ya hay mucho de eso, no me interesa. La crítica apunta a la forma irreflexiva en la que se lleva a cabo, sin ninguna intención de construir nada. Ni siquiera tiene la misión de destruir algo. Y ese es el meollo del asunto: no tiene ningún propósito, ninguna finalidad, ninguna meta: ni social, ni económica, ni política, ni ética, ni revolucionaria. No hay nada detrás ni delante. Lo único que hace es perpetuar su existencia en un sistema de relaciones sociales que simplemente favorece a muy pocos y que, debido a la escasa reflexión que mostramos los chilenos, nos mantiene en un status quo casi terrorífico.

Por último, es fácil en este punto condenar o demonizar la violencia. Pero como fenómeno social está tan arraigado en nuestra sociedad, que - quizás - lo único que podría llegar a ser revolucionario en este contexto es el silencio: no ese que "otorga"(supuestamente), sino que ese que te permite pensar y comprender - casi hermenéuticamente - antes de actuar, antes de desafiar, antes de combatir.



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