domingo, 20 de noviembre de 2011

La Leyenda de las Guerras Lafkenche

La Leyenda de las guerras Lafkenche 
El final del viejo león del noroeste

En la época antes de las guerras de arauco, mucho antes que el extranjero pisara la sagrada ñukemapu, cuando el Itata no era Itata, ni el Biobío era Biobío, allí, en los pantanos y bosques de las montañas del noroeste, un pueblo, una casa, un nombre, escribía con estridencia y luminosidad, y con veneno, una historia olvidada y mezclada por los sudores de la conquista.

La guerra de arauco disimuló esta otra guerra. El re-che, el pueblo, sus gentes, se debatían en una intensa lucha  interna entre fuerzas venenosas y fuerzas sacras, las cuales precipitaron sobre el mar, sobre las islas, sobre la tierra, los ríos, pantanos, bosques, montes, gentes, bestias; sobre lo amado, sobre lo protegido, sobre lo codiciado, un poder incomprendido, tan grande que resultó espantoso.

El poder desencadenado por ambiciosos deseos y por poderoso rencor, en choque contra las respuestas de incontrolable pasión e intransigente solidaridad, destruyó gran parte de los caminos entre los principales hermanos: Pikun, Lafken, Puel, Huillin. Devastó los bastiones del norte, las murallas infranqueables del viejo león protector. Las consecuencias de la guerra, pues, fueron más allá de lo que pensaron sus guerreros. Y entonces, frente a la propia debilidad de los hijos de Lafken, se alzó un enemigo mucho más tenebroso que la oscuridad del mar.

Y así, los primeros huincas que emergieron por detrás de las murallas y montes del viejo león, en sus barcos y bestias de hierro, vieron cómo la que era apacible, tronaba con una fuerza sobrecogedora. Vieron cómo caían del cielo lo que parecían rayos, iluminando demoníacas reminiscencias de gigantes. Y oyeron cómo tronaba el cielo y sus nubes, y como la tierra gritaba de dolor. Y sintieron cómo vibraba la tierra y la sangre derramada a sus pies. Y pronto supieron que la fuerza del norte había sido desgastada, por la porfía, por el rencor, por la intransigencia y por la fidelidad de los últimos weichafes leales al toqui Tralkanwennu. Pero la tierra ya había decidido castigar a los leones del norte, a sus guerreros, a sus comunidades.

Y el extranjero conquistó. Pero no pudo pasar más allá de las orillas del viejo león, porque los hijos de Huillin supieron ubicar, cuidar y utilizar sus fuerzas.

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